domingo, 14 de noviembre de 2021

 


41 cosas que me hartaron de vos… post pandemia


1. Tu sutil manera de acercarte a mí, tan sutil que roza lo invisible. 

2. Tu desapego con el dinero, salvo cuando pago yo. 

3. Tu indignación hacia el clasismo, pero tu constante manera de encontrar mersas en todos lados. 

4. Tu odio mal distribuido.

5. Tu manera de decirme que me miento cada vez que me mentís. 

6. Tu manera de mentir.

7. Tus mentiras que termino creyendo cada vez que me miento. 

8. Tus frases hechas que, generalmente, son mías. 

9. Tu insistencia en que sos “un alma libre”. Te la pasás dedicando estados de WhatsApp, tweets, y hasta alguna que otra historia de Instagram. Una libertad abrumadora la tuya. 

10. Tu modo de decir que sos “un alma libre”. Las almas libres no dicen que son almas libres, ¡ni siquiera se dan cuenta de que son almas libres! 

11. Tu manera de no darte cuenta de nada. En especial, de mí, de mi vida, de lo que pueda tener que ver conmigo. Y de lo que es un alma libre, claro. 

12. Tu visión de mi falta de libertad cuando leés esto en mis estados de WhatsApp, mis tweets, y en alguna que otra historia de Instagram, puto. 

13. Tus deseos repentinos. 

14. Tus enamoramientos furtivos. 

15. Tus desencuentros eternos. 

16. Tu manera de decirme que te “idealizo”. No idealizo ni a Jagger, mirá si te voy a idealizar a vos, siome.

17. Tu discurso elevado frente a quienes tienen rollos con su cuerpo. 

18. Tu crítica constante hacia mis rollos. Y no precisamente los de mi cabeza. 

19. Tu posición frente al amor, que creés que es deconstruida pero está bastante destruida. 

20. Tu poca deconstrucción cuando mirás culos por la calle. 

21. Tu creencia de que sos “un distinto”. No, sos igual a todo ser que habita el mundo desde 1492. 

22. Tu modo recurrente de decir “un distinto”.

23. Tu concepto de “un distinto”.

24. Tus lógicas inconexas. 

25. Tus conexiones ilógicas. 

26. Tus juegos de palabras poco jugados.

27. Tu permanente crítica a las apps de citas por considerarlas banales, superficiales y pedorras. Me conociste en un carnaval carioca, mientras llevabas un dildo en la mano, tan mal no te fue. 

28. Tu resistencia a  los lenguajes de moda. 

29. Tu resistencia a la moda. 

30. Tu resistencia a todo lo que se te resiste.

31. Tu convencimiento de que el universo te debe cosas. Nadie te debe nada, de hecho vos debés, y a todo el mundo, incluyendo al Banco central y al Fondo Monetario Internacional. 

32. Tu creencia de que sos elocuente porque repetís algún que otro concepto difícil y que, además, ni siquiera sabés usarlo. 

33. Tu “prefiero no tener sexo en la primera cita”. Te recuerdo que terminamos cojiendo en el baño de un casamiento y con dildo incluido.

34. Tu creencia de que toda la humanidad es estúpida, menos vos.

35. Tu incredulidad de que sos un estúpido, tanto o más que la humanidad.

36. Tu banalización de mis banalidades. 

37. Tus reiteradas veces de llamarme caprichosa. Me conociste así. Por algo te dije que no cuando me pediste compartir el dildo en ese primer garche.

38. Tu “no veo series que vean todos”. No las ves porque no las entendés. Lo cual es súper respetable, ojo. Tanto como querer compartir el dildo. 

39.  Tu crítica a mis fascinaciones astrológicas. Te cuento que meterle ciencia a todo también es realismo mágico. 

40. Tu permanente estado de hipocondría que no encuentra respuesta en ninguna variante de la medicina occidental. Por lo menos yo me curo leyendo el horóscopo. 

41. Tu imposibilidad de irte porque siempre, en el fondo, y aunque no quieras, te voy a hacer reír. Y más de la cuenta.


lunes, 19 de octubre de 2020

41 cosas que me hartaron de vos... en cuarentena

 

1. Tus ganas de ponerle onda a todo. En especial cuando me toca limpiar.

2. Tu obsesión por no herir susceptibilidades. Salvo las mías.

3. Tu manera de llamar locura a lo que simplemente es idiotez.

4. Tu enojo porque uso la palabra “zoompleaños”.

5. Tu zoompleaños.

6. Tu modo de decir “personas viviendo con covid”. Ni siquiera sabes distinguir los virus.

7. Tu descubrimiento de la lavandina.

8. Tu descubrimiento de la lavandina únicamente en mis manos.

9. Tus ganas de cojer siempre en cuatro.

10.  Tu uso de la expresión “hay equipo” cada vez que a mi me toca lavar el inodoro y a vos hacer la cama.

11. Tus mensajes subliminales, que son cada vez más obvios y menos inconscientes.

12. Tu inconsciente.

13. Tu rechazo hacia la vida al aire libre, salvo cuando querés cojer en la terraza. Y en cuatro.

14. Tu modo de hablar en difícil para que nadie te entienda.

15. Tu modo de hablar en fácil para que todos te entendamos.

16. Tu modo de hablar.

17. Tu feminismo de la sexta ola.

18. Tu gusto sofisticado que cada vez tiene menos gusto.

19. Tu ímpetu por cancelar a todos los malos.

20. Tu selecta forma de cancelar a los buenos.

21. Tu ridícula manera para decidir qué película mirar. No, nadie las elige por la fotografía. Ni los que hacen la fotografía.

22. Tu decisión de vivir conmigo solo porque comparto gastos, cocino más y acepto cojer en cuatro.

23. Tus enmudecidas noches.

24. Tus vergborrágicas mañanas.

25. Tus tardes sin puntos medios.

26. Tu insistencia por decir que Fogwill fue a la “Universidad de la calle”. No, de hecho, estudió en la UBA, se graduó en la UBA y fue profesor de la UBA; que, para tu información, queda bastante lejos de la calle.

27. Tu humor inglés que combina bastante mal con mi risa fácil.

28. Tu “yo no miro nada en Netflix”.

29. Tus ganas de cojer cada vez que quiero ver algo en Netflix. Sí, y como siempre.

30. Tu fascinación por los podscast. Y de todo tipo. Hasta los inaudibles.

31. Tu colección de stickers de WhatsApp. No, no es gracioso que siempre mandes el de Hitler con corazón.

32. Tu seducción para convencerme de hacer lo que te gusta.

33. Tu seducción para convencerme de no hacer lo que me gusta.

34. Tu épica que le imprimís a tu militancia política, que duró menos que mi lectura del Ulises de Joyce.

35. Tu enojo porque la gente no tiene sentido del humor en los grupos de chat. Sentido del humor tienen, pero siempre mandas el Hitler con corazón.

36. Tus ganas de hacer yoga cada vez que yo quiero hacer zumba.

37. Tu manera canchera de pasar la mopa. Y mal, por cierto.

38. Tu amor por la lluvia, el frío y la bruma.

39. Tu devoción por las causas nobles, que nunca queda del todo claro cuáles son.

40. Tu anécdota sobre tu encuentro con la muerte. Te desmayaste en un pogo. Y duró menos que tu militancia política.

41. Tu extraña y particular destreza de saber cuándo y cómo poder hacerme reír.

martes, 2 de octubre de 2018


41 años y 41 cosas que me hartaron de vos … tributo

1. Tu excesiva y desproporcionada sinceridad.
2. Tus mentiras.
3. Tus ganas de ponerle nombre a todo. Como a mi concha.
4. Tu feminismo de cartulina.
5. Tu machismo disfrazado de deconstrucción.
6. Tu incansable deconstrucción hacia la nada misma.
7. Tu falta de deconstrucción.
8. Tu poca pericia para arreglar cosas. Y con cosas me refiero al inodoro, la estufa, la heladera y nuestra relación.
9. Tu fanatismo por las series malas. Sí, flaco, Friends es mala.
10. Tu snobismo por las series buenas. Sí, querido, a mi vieja no le importa un carajo el arco del personaje de Walter White. A mi vieja no le importa nada, de hecho.
11. Tu risa forzada cuando no entendés algo.
12. Tu risa forzada cuando no entendés nada.
13. Tu pose por no comprarte ropa. No te la compras porque sos un croto, no un vanguardista.
14. Tus ganas por introducir la noción de “mise-en-scène” a cada rato.
15. Tu canchereo por saber escribir “mis-en-sen” sin googlear y burlarte de mí por no saber hacerlo. Como ahora, pelotudo.
16. Tu “soy el mejor contador de anécdotas del mundo”. Si al menos te pasara algo interesante, bueno, pero ni siquiera.
17. Tu insistencia por no incluirme en ninguna de las anécdotas que contás que, además, son mías.
18. Tu sentido del humor selectivo. Ya pasó la etapa en que solo unos privilegiados entendían a Les Luthiers, no sos tan capo.
19. Tu modo de retarme cada vez que me mando “alguna”. Y “alguna” es decir que no me gusta Lisandro Aristimuño.
20. Tu gusto musical mentiroso. Como cuando decís que te encanta Lisandro Aristimuño.
21. Tu facilidad para las matemáticas que me vivís enrostrando.
22. Tu necesidad de tener un buen teléfono, a cada rato y en cada minuto de tu vida.
23. Tu ringtone del teléfono.
24. Tu número de teléfono.
25. Tu teléfono.
26. Tu súper empatía por los grandes temas como “la” pobreza, “el” hambre y “la” discriminación de género. Y tu cero empatía por los temas menores. Como yo cuando no tengo guita, quiero comer o cuando me callan tus amigos si quiero acotar algo.
27. Tu modo de decir “maridar” a cada rato.
28. Tu alta autoestima que, te cuento, marida muy mal con la mía tan pero tan baja.
29. Tu creencia de que le resolvés la vida a todo el mundo. Para que sepas, yo hacía todo sola antes de conocerte, y es probable que el mundo también.
30. Tu perfeccionismo a ultranza. Sobre todo, para hablar de lo que me falta.
31. Tu corte de pelo que intentó ser pretencioso y terminó siendo nada.
32. Tu burla cada vez que me pongo a bailar porque “pongo una cara rara”. Supongo que no debe ser distinta a tu cara cuando garchás.
33. Tus ganas de tener sexo grupal. Te informe que, con esa cara que ponés, no lo hago ni loca.
34. Tu odio porque no me gusta tomar alcohol. A vos no te gusta la menta granizada y nadie te dice nada.   
35. Tu manera de hablar “de la derecha liberal” con repulsión. No distinguís a Locke de Rousseau así que mejor ni hablés.
36. Tu forma de decir que “hacés” países cada vez que vas a Europa. Te aviso que el único que deshizo algo ahí fue Nerón, y no le fue tan bien.
37. Tu crítica a mi intelectualidad porque me gusta leer best sellers. En lo que tardas en leer El pasado, yo ya me leí tres novelas de Stephen King y me vi las películas. Y vos ni siquiera lo terminaste.
38. Tu insistencia por querer hablar mientras cojemos. No te quiero escuchar nunca, imaginate con mi culo en tu cara.
39. Tu modo de politizar absolutamente todo sin saber nada. Ni siquiera de política.  
40. Tu énfasis por destacar la particularidad de todo. Hasta en eso sos un estereotipo.
41. Tu seguridad de saber que siempre vuelvo y que voy a volver, simplemente porque nadie me hace reír como vos.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Un stand up que no tuvo éxito...

¡Buenas noches a todos! Noche mágica, si las habrá. Hoy quiero hablarles de un tema que nos convoca a todos y es el de la identificación. Siempre hay algo que hace que entre todos podamos identificarnos, gustos culturales, laburo, carreras.

Por ejemplo,  viste cuando vas caminando por la calle, pisas mierda y te la comés para evitar ensuciar un pañuelo…Así, típico.  O, o, o cuando vas a lo de tu suegra y te hacés la paja en el baño imaginando cómo garcha con tu suegro. Esa es genial, o cuando estás en el bondi y te apoyás a una menor de edad o a un retrasado mental…¿no? Pará, pará, y cuando  te ponés dulce de leche en la pija para que venga tu perro a lamértela o, bueno, en la concha….No, no, no y … hay una que te pasa siempre, posta. Viste cuando  te abusás de una pendejita y la forzás a que te entregue el orto. Esa seguro.

Es que operamos así, por identificación.

Situación: viste cuando le pedís a tu abuela ya senil que ponga la mano, como en tubo,  para meter ahí tu chota y vos frotarte como quien no quiere la cosa. Tremendo…ni hablar cuando te agarrás el pollo que va a cocinar tu vieja a la noche y se lo llenás de plasticola humana  antes de que lo meta en el horno. O cuando le hacés un pete al compañerito de tu hermano. No, no, pará, el de la secundaria, no. Hablo del de la primaria. Y viste cuando espiás a tu vieja que está metiéndose en la argolla el dildo que después vos te metés en el culo…esa es mortal, o cuando te vas al psicológo y le decís que como no tenés plata le vas a pagar entregando el ojete y dándole cátedra de toda la obra de Lacan en francés.  

Ah, de psicólogos tengo un montón. Pero hoy no vamos a entrar en ELLO…sí, sí…¡es genial!  Bueno, una que hacemos siempre: te enfiestás con cuatro enanos porque con uno no te alcanza… Ni hablar cuando acompañas a tu viejo a la ANSES y le pedís prestada su sabana de aportes para limpiarte la leche de la pajota que te hiciste minutos antes…
¡Vamos! Sí, te re pasa. Es que así somos. Animales de costumbre, a fin de cuentas, todos hacemos lo mismo… ¡Palmas, por favor! ¡Nos vemos! Y recuerden: todos queremos re garcharnos a un perro. IDENTIFICACIÓN. 

¡Gracias, gracias, gracias! ¡Y más gracias!

miércoles, 22 de abril de 2015

Cosas que suceden

-Hola., Lu..estás linda. Vení, pasá. 
-Gracías, Sergio, qué tierno sos. Me encantó que me invataras a tu casa. Tenés una linda casa. ¡Cuántos libros! Wow.
-Vení a la cocina que dejé una leche ahí.
-Ah, leche.
-Sí, ¿querés?
- No, te agradezco. No me gusta la leche.
-¿No te gusta la leche?
-No, no me gusta la leche.
-¿Cómo que no te gusta la leche?
-No sé por qué no me gusta la leche. Supongo que son cosas que suceden.
-Pero no te puede no gustar la leche, porque si no te gusta la leche, no te gusta nada.
-No, me gusta todo. Lo que no me gusta es la leche.
-Entonces no te gusta todo.
-Bueno... todo, menos la leche. 
-¿Y los derivados de la leche?
-No, tampoco me gustan.
-¿Ves? Es mucho más que la leche lo que no te gusta.
-¡Bueno! Todo, menos la leche y sus derivados. ¿Mejor?
-Pero, ¿qué te gusta?
-Ya te dije, todo.
-¡No! Todo, no.
-¡Bueno! Todo, menos la leche.
-Ni sus derivados.
-Exacto, ni sus derivados.
-....
-...
-¿Querés una tostada con mermelada?
-No, no me gusta la mermelada.
-¿Por qué no? Si no es un derivado de la leche.
-Porque no me gusta la fruta.
-¿Tampoco te gusta la fruta?
-No, no me gusta la fruta.
-¿Ni sus derivados?
-Ni sus derivados.
-¿Cómo que no te gusta la fruta?
-No sé por qué no me gusta la fruta. Supongo que son cosas que suceden.
-Pero no te puede no gustar la fruta, porque si no te gusta la fruta, no te gusta nada.
-No, me gusta todo. Lo que no me gusta es la fruta.
-Entonces no te gusta todo.
-¡Bueno! Todo, menos la fruta.
-Ni sus derivados.
-Ni sus derivados.
-Ni la leche.
-Ni la leche.
-Entonces no entiendo cómo decís que te gusta todo.
-¡Porque me gusta todo!
-¡Si no te gusta ni la leche, ni la fruta, ni los derivados de una ni de la otra; entonces no te gusta todo!
-Me gusta todo, y cuando digo todo, es todo; menos la leche, la fruta, ni los derivados de una ni de la otra. ¿Mejor?
-...
-...
-¿Qué querés tomar entonces?
-Y, traeme un cortadito.
-¿Me estás cargando?
-No, ¿por qué?
-Porque el cortado tiene leche.
-¡No! El cortado no tiene leche, lo que tiene leche es el café con leche. ¿Y yo te pedí un café con leche? No. Te pedí un cortado.
-El cortado, se corta precisamente con leche. Con un chorrito de leche.
-¿En serio?
-¡Claro!
-Ay, no. 
-¿Y con qué creías que se cortaba?
-No sé, supongo que con crema.
-La crema se hace con leche.
-¿La crema se hace con leche?
-Claro, es un derivado de la leche.
-Ay, no.
-¿Qué pasa?
-Y, que ahora no voy a poder tomar nada.
-Bueno, si querés te traigo un café solo.
-Es que no me gusta el café solo.
-¿Tampoco te gusta el café?
-Sí, me gusta el café. ¡Me encanta el café! ¡Muero por el café! Lo que no me gusta es el café solo.
-Pero si lo corto, sí o sí, le tengo que poner leche.
-¿Y no lo podés cortar con otra cosa?
-¿Y con qué querés que lo corte?
-No sé, cortalo con agua.
-¿Cómo lo voy a cortar con agua?
-¿Por qué no?
-Porque si lo corto con agua, no es un cortado; es sólo un café más suave.
-¿El café se hace con agua?
-¡Claro! Entonces, ¿te traigo un café?
-¡Te dije que no me gustaba el café solo, que me gusta cortado!
-¡Bueno! ¿Pero con qué querés que te lo corte?
-No sé, cortalo con jugo de naranja.
-¿Me estás cargando?
-No, ¿por qué?
-Porque el juego de naranja es un derivado de la fruta.
-¿De qué fruta?
-Y...de la naranja.
-¿El jugo de naranja se hace con naranja?
-¡Claro! Es el jugo de esa fruta, es jugo de naranja.
-Ay, no.
-¿Qué te pasa?
-¿Para qué me lo dijiste?
-¿Me estás cargando?
-No, te hablo en serio. ¿Para qué me dijiste que el cortado se hacía con leche, que la crema derivaba la leche, que el jugo de naranja venía de una fruta? ¿Para qué me lo dijiste?
-Yo no te dije nada, Sólo...
-No, ahora por tu culpa yo ya no puedo consumir más nada.
-No, pero...
-Pero nada.
-...
-...
-No te pongas así, en serio. Che, Lu... ¿Quéres algo de comer?
-Bueno, pero sin....
-Sí, ya sé, ya sé. Sin leche y sin fruta. 
-Y sin sólidos. 
-¿No comés sólidos?
-En realidad, no como ni sólidos ni líquidos. Supongo que son cosas que suceden. 
-¿Entonces qué comés?
-Ah, de todo. 
-No, de todo no, porque no comés ni sólidos ni líquidos. 
-A ver, como de todo, menos sólidos y líquidos. 
-¿Qué querés entonces? 
-¿Tenés milanesas con papas fritas?
-¿Me estás cargando?
-No, ¿por qué? Me encantan las milanesas con papas fritas. 
-Sí, claro, a todos nos gusta las milanesas con papas fritas pero eso es sólido. 
-Bueno, entonces licualas. 
-¡Pero si las licúo se transforman en líquido!
-Me estás boicoteando de nuevo. Decime que no me querés dar nada y listo. ¿Querés que te pague lo consuma en tu casa? ¿Me invitaste para eso? ¿Necesitabas guita? Te presto, eh. No tengo ningún problema.
-Pero, Lu....
-No, Sergio, pero nada. Mejor me voy. Sos muy mal anfitrión. Y lástima que no puedo decir "muy rico todo", porque no me diste nada. 
-¿Me estás cargando?
-No, querido, con la comida no se jode. 



martes, 21 de abril de 2015

La boda

“Carlos estaba flaquito”. Esas eran las palabras de tía Rosa cuando murmuraba a escondidas con tía Elba. Últimamente las repetía seguido. “Algo no está bien”, le decía. A mí me parecía un tanto exagerado de su parte. Algo similar le ocurría a tía Elba, que la miraba con el aire soberbio típico de la hermana mayor. Aquel que incluso se distinguía entre dos mujeres que ya habían pasado los setenta hacía más de cinco años. Pero esas sutilizas entre las hermanas no tenían tanto gollete. Tía Elba continuaba siendo la hermana mayor en todos los sentidos, incluso para decidir sobre la vida de Carlos; sobrino al que habían criado desde sus cuatro o cinco años, no recuerdo bien, luego del fatal accidente y con el que vivían en esa casa.

Esa mañana, Carlos había decidido comenzar su día con tranquilidad. Se levantó temprano, desayunó con sus tías y partió hacia a la tienda de ropa a trabajar como de costumbre.  Tomó los maniquíes que estaban en su habitación e hizo la labor rutinaria de llevarlos al negocio para luego volver a traerlos a casa. Lugar que elegía para vestirlos con más serenidad y con más espacio para planchar los fracs que en el diminuto negocio de Once. Ni siquiera el día de su boda pudo abandonar la rutina. “Trabaja mucho”, decía tía Rosa pero tía Elba arremetía nuevamente con su mirada lapidaria y con el fraseo parco de quien escuchaba todos los días lo mismo. “Tiene treinta y cinco años, Rosa”. “Pero está flaquito”, respondía tía Rosa. “Antes estaba más repuesto, debe ser esa chica que lo hace trabajar hasta el cansancio”. En algo tenía razón tía Rosa. Carlos, que de niño regordete había pasado a adolescente rellenito y luego a adulto obeso, había bajado mucho de peso. Demasiado, como solía destacar tía Rosa.

En la casa vivían sólo los tres. La casa de los Vidal, como solían llamarlos en la calle Lambaré y en todas las calles aledañas del barrio de Almagro. Recuerdo que era de esas casas viejas que pudieron sobrevivir al enrejado de las ventanas y de las puertas. Y eso se podía percibir cada vez que se veía a Carlos planchando, y hasta tarde, las camisas para el negocio desde su habitación que daba a la calle. La idea había sido formulada por tía Rosa, pero luego supe que la había pensado tía Elba. A Margarita, la prometida de Carlos, no le apetecía mucho la propuesta de instalarse ahí; pero aún no contaban con el dinero suficiente y el lugar era más amplio que el que podía ofrecer ella que tenía, además, una familia más numerosa.

Tía Elba había empezado a cocinar desde temprano para la ceremonia. Empanadas de copetín, pizzetas y sandwichitos de matambre y de pollo con un toque de su salsa especial, que no era más que una mayonesa casera con una pizca de pimentón. “Todo para comer con la mano”, decía. Tía Rosa, en cambio, cosía los vestidos y les colocaba alguna que otra piedra para hacer de aquellas prendas otras con un estilo elegante casi como si hubieran sido adquiridas en alguna boutique de la Avenida Alvear.  O por lo menos así los imaginaba ella.  Un terciopelo que imitaba al italiano y una puntilla de Bruselas comprada en algún comercio de la calle Paso
.
Ni bien llegó Carlos puso unos tangos para hacer aún menos aletargada la espera. Tomó a tía Elba de la cintura y la hizo bailar apenas unos pasos, pero ella se separó de sopetón. “Ahora no”, le dijo. Tía Rosa observaba y se reía. Además de la más chica y la más ingenua era también la más risible. Y Carlos lo sabía bien. La miró, le guiñó un ojo y le hizo un gesto con sus manos mientras le susurraba unas palabras por lo bajo. “A vos te voy a sacar a bailar pero de un modo especial. Ahora vengo”, le dijo y mientras salía disparando hacia su habitación. Volvió a los pocos minutos con el smoking que usaría por la noche. “¡Sacate eso!”, le gritó Tía Elba. “No me lo pienso sacar nunca”, contestó Carlos mientras tomaba la mano de tía Rosa y la hacía bailar al ritmo de la milonga. A Carlos se lo veía feliz. Yo, por lo menos, lo creía. Y las tías y Margarita, también. “Esperé mucho este momento”, dijo Carlos. “Andá y sacate eso”, repitió Tía Elba. “Dejamelo un cachito acá conmigo”, dijo tía Rosa mientras acurrucaba a Carlos en su pecho. “Se nos va hoy con Margarita”. “No, no se va”, sonrío tía Elba mientras miraba a ambos con sus ojos entreabiertos. “Me voy a tirar un ratito”, dijo Carlos. “Estoy bastante cansado”. “Es que estás flaquito”, le dijo tía Rosa nuevamente con preocupación. Carlos beso su mano y esbozó una media sonrisa. “No se te ocurra acostarte con el traje”, le dijo tía Elba mientras Carlos dejaba a paso ligero ese amplio living comedor.

Tía Elba y tía Rosa tardaron muy poco en colocarse sus vestidos. Se las notaba ansiosas. El piso de pinotea retumbaba ante los pasos de tacón de las hermanas que iban y venían por toda la casa. Ruido que no logró despertar a Carlos. Ni siquiera con el rechinar de los collares de perlas. “Andá a despertarlo”, le dijo tia Elba a tía Rosa. Tía Rosa intentó abrir, pero no pudo. “Cerró la puerta con llave”, le dijo. “Golpeá fuerte, Rosa”. Y lo hizo pero Carlos no contestaba. Se agachó para observar por el agujero de la cerradura. “No está la llave puesta pero está acostado. Lo puedo ver. En realidad veo su pierna”. “A ver, déjame a mí”, embistió tía Elba. “Y se dejó el traje puesto, nomás, ¡Carlos, abrí la puerta! Vas a arrugar el saco”, dijo tía Elba mientras golpeaba con insistencia. Pero Carlos seguía sin responder. Tía Elba miró a tía Rosa con una mirada tensa. “Te dije que estaba muy flaquito”, dijo tía Rosa. “Terminala con eso”, contestó tia Elba. Tia Rosa comenzó a respirar más fuerte. Sus manos le transpiraban y sentía un mareo tan fuerte que la obligó a sentarse. Recuerdo que cayó tendida en el sillón con una exageración tal que parecía sacada de una mala serie norteamericana. “Traeme agua, Elba”.

“¡Carlos! Abrí de una buena vez”, insistió tía Elba. “No hay caso, Elba. Estaba tan flaquito”. “¿Estaba? Acá tenés el agua y déjate de hinchar”. Tía Rosa bebió el agua de un tirón y observó que tía Elba traía un alambre en su mano. “¿Qué es eso, Elba?” “¿Cómo es esto? Mientras vos jugás a ser Joan Collins yo voy a intentar abrir esta puerta”. “Llamamos a un cerrajero, Elba”. “¡Ni loca! Se va a enterar todo el barrio”. Tía Rosa escuchó esas palabras y se levantó de golpe. “¿De qué se va a enterar todo el barrio?”. Tía Elba la miró de arriba abajo y se acomodó una estola que bajaba de su cuello más de lo que debía.  “Se ve que te repusiste rápido”, le dijo con ironía. “Vení, ayúdame con esto”. “Elba, el vestido…lo vas a arrugar”. “Callate y sostené el picaporte”. Tía Rosa asintió a lo que le pidió su hermana mientras apenas dejaba asomar un sollozo. “Está dura”, dijo Tía Elba. “No puedo”. En ese mismo instante, tía Rosa se transformó y con un ataque de histeria comenzó a empujar la puerta con su cuerpo al grito de “¡Carlos, Carlos”! Tía Elba totalmente sorprendida arrojó el alambre a un costado e imitó a su hermana pero con sus piernas. La puerta se movía cada vez más y restos de madera saltaban a un costado. “Abrí, por favor, Carlos”. “Vamos, nene, abrí esa puerta querés”. Los empujones y las patadas lograron abrir la puerta y las hermanas cayeron una encima de la otra.


Todo se encontraba intacto. La ventaba estaba abierta y una pequeña brisa movía apenas la cortina. La cama, sin deshacer, y sobre ella, el maniquí vestido de negro. Solo resaltaba una pequeña nota que estaba sobre el torso del muñeco. Tía Elba se levantó y la tomó rápidamente. El timbre sonó y ambas se miraron preocupadas. Nunca supe bien quién tocó ese timbre, pero supongo que era Margarita. Ahora había que explicarle que Carlos se había ido y que la había abandonado. A las tres. 

lunes, 16 de marzo de 2015

El debate


Conductor: Bienvenidos a todos. Hoy, en este programa, los dos candidatos más rivalizados de toda la historia argentina debatirán sobre sus proyectos e ideas para la futura presidencia. Se enfrentarán como nunca lo han hecho, ni ellos, ni ningún otro en este país, ni en el mundo. Me pregunto, ¿se sacarán los ojos? ¿Expondrán todo su arsenal? ¿Quién será el aspirante ganador? ¿Habrá algún ganador? Lo sabremos en pocos minutos. Bienvenidos a los dos.
Ricardo: Muchas gracias por el espacio.
Juan: Yo quiero agradecer el espacio y la oportunidad
Ricardo: Yo, también, el horario.
Juan: Yo, el catering.
Ricardo: Yo,  el remise y los alfarjocitos de maizena del camino.
Juan: Yo…
Conductor: Bueno, bueno, bueno. Tranquilos que aún no comenzamos. Pero veo que están con ganas de debatir. Empecemos. Ricardo, tiene la palabra.
Ricardo: Gracias nuevamente, antes que nada quiero expresarle a mi contrincante que tengo datos. Que investigué. Que sé todo. Absolutamente todo. Y que hoy mi función sólo será decirle a usted, al público presente y a los espectadores en sus casas, toda la verdad.
Conductor: Qué intriga. ¿Y usted, Juan? ¿Tiene miedo? Ahora no me conteste, aún no es su turno. Continúe, Ricardo, por favor.
Juan: ¿Y entonces para qué me pregunta?
Conductor: Qué animosidad noto en sus palabras, mi querido Juan.
Juan: No soy “querido”.
Conductor: Juan, espere su turno...Ricardo…
Juan: Ni mucho menos “suyo”.
Conductor: ¿Va a interrumpir todo el tiempo?
Juan: No…
Conductor: Bien…Ricardo…
Juan: Sólo cuando sea necesario.
Conductor: ¡Por favor! Ahora sí, Ricardo, continúe.
Ricardo: Gracias. Cuando Juan fue candidato para su primera presidencia hizo varias promesas. Una de ellas que iba a bajar el desempleo en un 50%. Pero sabe qué. No fue así. Lo bajó en un 99,9%. A ver cómo explica eso.
Conductor: Eso sí que es un dato duro. ¿Qué puede decir sobre eso, Juan?
Juan: Que a veces las cosas nos exceden. Lo sé. Y que no puede controlarse todo, pero yo quisiera saber, también tengo mis informantes, cómo le explica al público que gracias al memorandum presentado por usted, y nada más que por usted, nos han devuelto las Malvinas, parte de Uruguay y la Antártida. Lo escucho.
Conductor: Sí, Ricardo, lo escuchamos.
Ricardo: ¿Qué pasa? ¿Acaso ustedes no tienen errores? Sí, a mí y a mis asesores se nos escapó ese detalle. Y lo estamos reparando. ¿Y usted? ¿No erradico la pobreza de la Argentina? ¿Alguien le dijo algo por eso?
Juan: Usted no puede decir mucho, ¿o no recuerda que se encargó que terminar con el hambre en absolutamente todos los hogares del país?
Ricardo: ¡Eso es una vil mentira!
Juan: Tengo los datos. Mire mi cartulina.
Conductor: ¡Pero qué grafico impactante! Puede seguirse la curva y ver cómo ha descendido a nivel CE-RO la hambruna en los hogares más pobres.
Juan: Ex pobres. Y todo gracias a él. A su vez, si observamos estos otros gráficos, puede notarse en color azul todos los conflictos bélicos solucionados cuando Ricardo era presidente: La Guerra Civil Española. El conflicto entre Israel y Palestina. Los enfrentamientos de Estados Unidos con Alemania, Rusia, Vietnam, Irak, Irán…
Ricardo: ¡Usted estatizó todas las empresas privadas y encima ahora funcionan mucho mejor que antes!
Juan: ¡Yo! ¡Yooooo! Por favor. Fue usted el que aniquiló todo el narcotráfico de la región y encima dejó la zona perfectamente lista para que no entrara nunca más.
Conductor: ¿Eso es cierto, Ricardo?   
Ricardo: ¡Él entregó todas las fábricas a los trabajadores!
Conductor: ¿Eso es cierto, Juan?
Juan: ¡Y él le devolvió las tierras a los indígenas!
Conductor: Estoy impactado.
Ricardo: Ah, mire. Usted sacó a todos los chicos de la calle y armó un hogar. En su propia casa.
Conductor: Ahora estoy azorado.
Ricardo: Yo no quiero ser fatalista, ni expresar un discurso anti-político, pero la gente está harta. Gracias a este señor hay igualdad, libertad total y absoluta de expresión. Se terminó completamente con el capitalismo, el patriarcado, la homofobia y, como si esto fuera poco, se fue al sur a limpiar a los pingüinos empetrolados.
Conductor: ¿Y los limpió?
Ricardo: Uno por uno. Y con sus propias manos.
Conductor: Quiero preguntarles a ambos cómo piensan encarar el tema de la trata.
Ricardo: Tarde.
Conductor: ¿Tarde para encararla? Me imagino, ya está todo copado con…
Ricardo: No, ya está.
Conductor: ¿Y eso quiere decir que ya no hay más…?
Ricardo: Nada de nada.
Juan: ¡Traidor! Yo jamás contaría que gracias a usted se terminó por completo la corrupción policial. Y menos para ganar una elección.
Conductor: ¡Cómo que no hay más corrupción policial!
Ricardo: Ni política. Pero de esa se encargó él.
Juan: Esto ya es el colmo. Le voy a hacer juicio por calumnias, injurias, difamación y extorsión.
Ricardo: ¿Y qué abogado va a conseguir? Usted ha sido el único graduado con promedio 11. ¿O no lo recuerda?
Juan: ¿Cómo no lo voy a recordar? Si usted no sólo ha sido profesor mío sino que también fue reconocido como Doctor emérito en la Universidad de Buenos Aires, Harvard, Yale y en Cambridge.
Ricardo: Las cuatro universidades que construyó usted.
Juan: Mientras usted trataba la tuberculosis en todo el continente africano.
Conductor: ¿También es médico?
Juan: Y honorífico. Nadie lo recuerda. Se recibió en cuatro meses.
Conductor: Esto ya es el colmo.
Ricardo: Dígamelo a mí que tengo que compartir la fórmula con él.
Juan: Yo no quería, eh.
Conductor: ¿Van juntos?
Ricardo: Sí, los dos.
Conductor: Pero… ¿quién va de Vicepresidente?
Juan: Ninguno.
Conductor: ¡Cómo que ninguno!
Ricardo: Vamos los dos de Presidentes.
Conductor: ¡Pero eso es totalmente democrático, es inaudito, cómo lo dejaron pasar!
Juan: Se decidió por voto popular.
Conductor: ¿Esto quiere decir que pueden ganar los dos?
Ricardo: Es altamente probable. Las encuestas nos dan arriba con un 101%  y con un margen de error del 0,01 %.
Conductor: ¿Y qué van a hacer?
Juan: Es duro, pero…vamos a tener que gobernar.
Conductor: ¿Cómo lo hicieron durante sus respectivos mandatos?
Ricardo: Y multiplicado por dos.
Conductor: Esto es tremendo. La Argentina está siguiendo un rumbo que…
Juan: Ningún rumbo. La Argentina ya es primera potencia. Y eso sí que fue culpa de él.
Ricardo: Bueno…no me di cuenta.
Conductor: Esto me apena mucho. Me avergüenza y me revuelve el estómago. Así que cuenten con mi voto.
Juan: ¡Pero eso ya es voto cantado!
Conductor: ¡Por favor!, en la elección nadie lo va a notar.
Ricardo: ¡Qué nadie lo va a notar! De ninguna manera. Vamos a pedir que la Junta electoral y que todos los fiscales y presidentes de mesa estén anoticiados de que deben impugnarle o invalidarle el voto.
Juan: Sabia que no teníamos que venir acá. Pero vos, como siempre, insististe.
Ricardo: Ah, mirá. Vos siempre lo sabés todo.
Juan: ¿Acaso no es así?

Ricardo: No, pero podemos debatirlo.