Paquito Hernández nació un 2 de febrero de 1802, en la
ciudad de Río Segundo, Córdoba. De
familia humilde y numerosa, de vivienda precaria y hacedor de trabajos pesados
y esporádicos, transitó su vida en la miseria y la desdicha hasta llegar a una
posición de clase alta y beneficiario de una riqueza aún hoy incalculable. Debido a que no tuvo ingesta de sólidos durante
sus primeros doce años de vida, no logró nunca ni leer ni escribir. Tampoco
aprendió a hablar. Ni mucho menos a caminar. Reconocido por un cúmulo de obras
literarias que han sido elaboradas en las condiciones más extrema de soledad y
pobreza, fueron todas escritas por su madre. Sus maravillosas composiciones
musicales, en cambio, fueron elaboradas por su hermano. Su imaginación para el
puntillismo se refleja en esos deliciosos lienzos expuestos en los museos del
Prado, el Louvre, el National Art Gallery, el Metropolitan Museum of Art y el
Malba. Colección íntegramente pintada por su abuela. La paterna. Es inolvidable
su influencia en la matemática moderna, aunque era su padre el que realmente le
hacía las sumas. No así las restas, que las operaba mejor su hermana. La menor.
Su afición a la danza fue tan notable como imposible, disciplina que en
realidad llevó a cabo su adorada esposa; quien también escribió y filmó todas
sus películas, obras de teatro y programas de televisión. Algo similar ocurrió
con su habilidad para la orfebrería y la fabricación de instrumentos aunque ya
es harto conocido que el verdadero y único luthier fue su perro. Si bien sus
programas de radio finalmente jamás se emitieron, sí fueron galardonadas
absolutamente todas y cada una de las publicidades que hizo su hijo. Lo mismo sucedió
con las fórmulas científicas descubiertas, los fósiles hallados y la creación
del corazón artificial descartable; ideas revolucionarias pensadas y materializadas
por su hija. La que aún no nació. Paquito Hernández murió un 2 de febrero de
1922 en la absoluta riqueza. Y sin dejar herederos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario