Un tiempo antes de convertirme en
abogada honoris causa suma cum laude y docente ad honorem, viví una pesadilla sin
precedentes en mi statu quo. Para ese entonces, joven, soñadora e ilusa, me
enamoraré in situ de un hombre mayor con quien comencé un vínculo que, a
posteriori, mutaría en una relación ipso facto escandalosa, macabra y, ceteris
paribus, atemorizante. Un corpus de momentos escalofriantes que, a priori, no
los habría divisado, me apabullaron grosso modo dejándome con un déficit de
palabras que recordaré ad eternum. El primer hecho sucedió un día jueves, de un
mes de marzo, de un año bisiesto. Se apareció celoso preguntándome dónde había
pasado mi día y, ad hoc, mi tarde. Le dije que trabajando en mi curriculum
vitae pero no osó en creerme. Sus ojos estaban desorbitados. Su rictus
petrificado. Me pidió una, dos, tres explanans, pero nada le alcanzaba y me
obligó a quedarme encerrada en nuestro habitat como condición sine qua non de
mi amor por él. Acepté. Pasó un tiempo y, junto a él, el lapsus. Pero ocurrió
ibídem., e ídem., y … ¡op. cit! Fue horrible, me tomó fuerte del brazo mientras
me gritaba ¡quo vadis! ¡quo vadis! Yo lloraba diciéndole ¡vade retro! No podía
hacer nada, tenía un tremendo miedo lato sensu. En el barrio ya era vox pópuli.
Máxime que inter nos todo iba en decadencia y él ni siquiera hacía un mea
culpa. En su acalorada búsqueda por encontrarme in fraganti, se ponía cada vez
más furioso, irascible, rabioso, poseso, frenético, enardecido y etcétera. Ya
era el sumun. Pero un día, luego del cogito … ergo sum, todo se iluminó per se.
Decidí sacarlo de mi vida. Era de noche, de un día martes, de un mes de marzo,
de otro año bisiesto. Por motu proprio tomé un cuchillo y entré en la
habitación. Estaba dormido y pensé: veni, vidi, vici … mientras mis ojos
festejaban el inminente final. Clavé el arma in péctore una vez y de novo hasta
ver la sangre que se desparramaba por las sábanas. Luego de matarlo, lo cociné
y me lo comí al susurro de un requiem. Para no generar sospechas, presenté un
habeas corpus. Pero nunca apareció el corpus delicti. Era lógico, estaba ab
intra. Me hice un alias y comencé con mi alter ego una nueva
vida. Con tranquilidad, felicidad y con la enseñanza de saber que errare
humanum est…sobre todo en el amore. Sic.
Aplaudo que no te hayas quedado en la procrastinatio y obrases, pues lo que importa es res non verba. Después, alea jacta est.
ResponderEliminarY chaupichum.
Uh! y puesto que el muerto no declara ,pues le hagamos la autopsia al asesino !!! Ave Caesar morituri te salutant y Avete vos
ResponderEliminarnooooo! beso!
EliminarEfectos secundarios del coitus interruptus...
ResponderEliminarPor eso mi teléfono es inteligente. En otro epoca hubiera leído el reverso de un desodorante y hoy me deleito con este genial cuento.
ResponderEliminarGracias
ojo que el reverso de los desodorantes dicen cosas muy divertidas, eh....gracias!
ResponderEliminarMuy bueno, me gusto. Congratulations, para variar!
ResponderEliminarQuién era?
ResponderEliminarMariano Grondona?
Cojo, ergo sum