Me
enamoré de un hombre cazado. Ya lo sé. Los cazados son malos partidos, en
especial porque suelen estar muertos y sus cabezas incrustadas en la pared. Pero
a veces las cosas suceden y ¡baya! (no, gracias, soy alérgica). La vida se
complica.
Nos
conocimos en un museo. Yo me senté y él estaba alado, porque esa noche tenía
pensado volar un rato por Parque Rivadavia. Me tiró una que otra honda y recuerdo
que me lastimó feo ya que la goma estaba bien tirante y dura. Le dije “Ola” pero,
como no me escuchó, lo tumbó un surfer. Cuando logró incorporarse me extendió
su mano y me preguntó: “¿Bienes?” “Sí”, le dije. “Un departamentito chico, pero
cómodo, por Palermo Viejo y ahora en planes de comprarme un auto”. Me miró
desde lo alto, incómodo pues su cabeza estaba petrificada, y me sonrió. Hacía
mucho tiempo que yo no sentía atracción por un barón, pues siempre salí con plebeyos,
pero me dejé llevar por el asar; así que metí las mollejas, los chori, la
morcillita vasca, la bondiola y los morroncitos en la parrilla del fondo.
-Yo
no soy así – le dije.
-¿Así “cómo”? – me preguntó él.
-Así….bueno…vos me entendés. Así, de irme con alguien que no conozco
y estar juntitos cerca del arrollo – Sí, ese día fue tremendo pues fuimos
partícipes de un accidente trágico por la 202 y Panamericana.
-¿Me
dejás darte un concejo?
-Claro
– le respondí.
-Municipal….¿te
gusta?
-¡Me
encanta!
Y
nos besamos. Nos abrazamos. Y nos volvimos a besar.
-Tu
beso me pegó en la cien – le dije – la nueva moneda que salió con la cara de
Mariquita Sánchez de Thompson, merecidísimo reconocimiento.
-Disculpame,
es que esto de tener la cabeza petrificada a veces me hace confundir los
orificios – Me dijo con un gesto entorpecido.
-No
te preocupes. Herrar es humano, así que estoy pensando en meterme de lleno en
el oficio de la herrería pues me considero una chica sensible y noble.
-
Y lo sos; confío en vos. Siento por siento….Uy, a veces tartamudeo. Que por vos
siento por siento….ufff de nuevo. Me sucede cuando me pongo nervioso.
-No
te preocupes – le dije acariciando su rostro frío.
Fuimos
para mi casa. Y nos quedamos un tiempo largo. De hecho, aún seguimos acá. Él me
mira y yo, como siempre, ablando. La carne para las milanesas está muy dura y
no creo que él pueda masticarlas.
-¿Me
querés? – me preguntó de golpe.
-Mucho
– le dije, toda dulzona.
-¿Asta?
-No,
soy poco nacionalista. No izo ninguna bandera.
-Me
voy, linda, tengo que volver al museo.
-Pero….¿ya?
Y
se fue. Le recomendé que agarrara el hatajo, porque era más fácil que se fuera
junto a un “grupo de personas o cosas” (definición de la RAE). Siempre supe que
esto iba a ser complicado. El cazado, caza quiere. Y yo, por ahora, quiero ser más
que una cabeza.
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