Nietzsche: Estimado
Karl, por favor, siéntese. Lo estaba esperando.
Marx: Le
agradezco su gesto, Friedrich. Invitarme a debatir sobre los “grandes temas” no
es algo recurrente en estos días.
N: Por
favor, el gusto es mío. Tenerlo aquí, en mi propia casa…
M: ¿Propia?
N: Bueno,
exactamente propia, lo que se dice “propia”, no es. Como verá, es una humilde
morada comunitaria.
M: Mi
querido Friedrich, no se ofenda. Pero este hogar no es ni humilde, ni morado,
porque de hecho es azul, ni mucho menos comunitario. Si usted algún día tiene
la oportunidad de viajar hacia Londres y visitar mi pueblo, mi gente, sabrá lo
que es el socialismo.
N: Perdón
que lo increpe, mi querido filósofo, pero no vamos a discutir por estas cosas.
M: No, claro
que no. Igual, le agrego algo, Friedrich. Soy filósofo, economista, sociólogo,
y aún está en debate si me nombran historiador.
N: ¿Eso es
todo? Sin ánimo de ofender, claro, yo ya soy historiador. Mis trabajos sobre la
moral han influenciado en las investigaciones historiográficas de un modo
enriquecedor.
M: Bueno,
estimado Friedrich, sí y no. Mis desarrollos sobre la historia del capital han
sido cardinales. Mi gran obra homónima la escribí cuando apenas tenía 18 años.
N: ¿Tan veterano?
Yo escribí mis primeros libros cuando cursaba tercer grado en la escuela Nº 9. Mi
pasión por el nihilismo se despertó tempranamente en mi. Ya lo decía mi madre:
“¡este niño si sigue así va a matar a Dios!”.
M: Discúlpeme,
pero yo a mis ocho años ya daba clases sobre materialismo dialéctico.
N: ¿Lo
tomaron a esa edad? Me extraña. Siempre buscaban gente joven y fresca. Le
cuento que a mis cinco años yo ya era tutor de Schopenhauer, Hegel y Heidegger
en la Universidad de Basilea. Teníamos un grupo de estudio en el cual
debatíamos sobre ética, ciencia y sobre Zaratustra (una mina infernal que nos
chamuyaba a todos y que nunca concretaba nada).
M: Cómo no
recordar a Zaratustra. Si me casé con ella y luego la abandoné. Pensar que a
mis cuatro años era yo, y sólo yo, quien hacía los resúmenes sobre “Hegel para
principiantes” que luego vendía en el CBC…
N: Yo los
regalaba.
M: Yo les
hacía los exámenes a los estudiantes.
N: Yo tomaba
el curso de verano por ellos, les realizaba los trabajos prácticos y les
compraba un sándwich, un café y un Jorgito en el bufete.
M: Yo les
regalé la Universidad.
N: Ah, mire
usted. Siempre lo creí en contra de la educación privada.
M: ¿Y quién
dijo que era privada, mi querido Friedrich? Se la regalé al Estado, que luego
fue dictadura del proletariado, que luego fue comunista, que luego fue derruido
y que finalmente…
N: ¿Fue
centro de estudiantes?
M: No me
haga reír, que estamos grandes ya.
N: ¿Usted se
siente grande? Yo me siento añejo. Derrumbado por el paso del tiempo.
M: Qué
suerte tiene. A mí el tiempo me dejó de pasar. Renunció. Dijo que ya no le
alcanzaba el infinito.
N: ¿Infinito?
¿Qué es eso? Quienes tenemos 98 años nos olvidamos incluso de la presencia del
tiempo.
M: 98
años….Eso sí que es juventud. Yo tengo 100.
N: Disculpe, ¿dije 98? Claro, es que mis 200 años me hacen olvidar un poco las cosas.
M: No me lo
diga a mí que soy inmortal, si sabré de eso.
N: Y dígame,
mi buen amigo, ¿usted cree que alguien nos va a recordar?
M: ¿Quiere
que le diga la verdad?
N: Vamos,
Karl, no me venga con esa frase que ya sabemos que la verdad no existe.
M: Tiene
razón. Si esas cosas las supiéramos desde el principio todo sería más fácil.
N: Siempre
le gustó lo fácil….el comunismo, la no competencia, el opio de los pueblos.
M: Ya que
sacó el tema de los pueblos y del opio. ¿Qué le parece si pide que nos traigan
un te?
N: ¿Con
leche o sin leche?
M: Ese sí
que es un gran tema para debatir.
Muy bueno!
ResponderEliminarMe gustó :D
ResponderEliminarHermosa conversación entre dos narcisistas..je
ResponderEliminar