Era Petiso y Orejudo. Pero a mí me
gustó. Yo era tan Matrona y el tan Payaso. Recuerdo nuestro primer día como si
fuese hoy: me llevó a desayunar por Recoleta, pedimos café con leche y tostadas
con queso Alcapone. Ese mismo día, y con una mueca cómplice, lo miré coqueta y
le hice Ojitos. Me abrazó delicadamente y me dijo que quería mi Conchita. Fue
impactante, lo sé, pero accedí. Nos besamos, nos tocamos, nos fumamos un Puccio
y, pasado un tiempo, nos enamoramos. Estuvimos de novios una Bundy y luego de
casarnos, fuimos a vivir a una Manson. De esas enormes, con muebles de
Robledo…Puch y tuvimos dos hijos: “Charles”, un apasionado por la teoría de Arquímedes, y “Hannibal”, un fanático de los chocolates Jack. El segundo era tan parecido a
Chiche Geldblung que le decíamos “El hijo de Sam”. Pero el tiempo pasó, nuestros
pequeños se fueron a vivir a Denver y Connecticut, respectivamente; y con el
nido vacío, la pareja comenzó a desgastarse. Tanto que ya no era ni Yiya ni
limonada. Fue así que él comenzó a engañarme con una mujerzuela que tocaba la
Bathory en un club nocturno. Si bien añoro esas épocas en que éramos
inseparables, como Chapman y Chirolita, tomé coraje y le bajé la Barreda. Levanté
un Murano entre los dos y le dije que se fuera de casa. Pero él no lo hizo. Entonces,
en una noche de quietud y de silencio, le disparé. Yo estaba asustada. El perro
Landrú….ladraba. Me decía a mí misma “¡Estoy en el Wuornos!”, mientras él caía
muerto en el parque repleto de Viudas Negras. Entonces intenté serenarme y me
dirigí a la casa. Fui a la biblioteca y tomé el libro “Psicópata Americano”.
Mientras esperaba a la policía, comencé a leer. Siempre, incluso en los malos
momentos, me consideré una gran Lecter.
MUY BUENO!
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