Desde 1985 que este tipo de reunión
no se convocaba. Pero, dada la época, el clima cultural y el contexto
sociopolítico vigente resultó oportuno intervenir en otro encuentro. Personas
de todo el país se congregaban en las II Jornadas de Eufemistas del Hemisferio
Sur, Latinoamérica y el Caribe Hispano, realizadas en la ciudad santafecina de
Rosario. Si bien los temas eran variados, distribuidos en diversos grupos de
trabajo, paneles y conferencias magistrales, la convocatoria giraba alrededor
de una problemática específica: “Las expresiones sufrientes y la discriminación
percibida en el fútbol”. La presentación de ponencias/papers fue abrumadora. Entre algunos títulos se hallaban: Las palabras no se manchan: climas de no
violencia, derechos y ciudadanía en el deporte argentino; Haciendo goles con altruismo: una
perspectiva sociológica sobre el caso de la hinchada de Atlanta; Antropología del árbitro: una etnografía
sobre el fútbol cinco; Comunicación y
sentidos: la semiosis cultural y los dispositivos de posmodernización
rizomáticos en el vestuario, entre otros.
Las Jornadas duraban 16 meses y
comprendían las mañanas, un break, la
media mañana, un almuerzo y la tarde. La larga duración del evento se debía a una cuestión lógica y razonable. Los términos utilizados solían ser
estirados, con un uso apabullante de palabras organizadas de un modo eterno y
con secuelas a veces un poco confusas. Pedir una tortita negra durante el break era una tarea ardua pues quienes
servían el café (claramente no eufemistas) se retiraban antes de que los
participantes dijeran el nombre completo de la factura. Algo similar ocurría
cuando se organizaban los power points,
llamados en la jerga popular como ppt. Luego de que una eufemista, especialista
en feminismos y lenguaje, advirtiera que el uso de la categoría ppt era
equiparable a la noción de “pete”, el
término fue eliminado de toda situación dialógica. Durante los almuerzos, los
eufemistas amenizaban la comida contando anécdotas banales. Si bien, los
diálogos dejaban escapar cierta sorna, no se podían pronunciar las siguientes
palabras: “mucama”, “peruano”, “boliviano”, “paraguayo” y, en menor medida,
“hondureño”, “gordo”, “vieja”, “loquito”, “tontito”, “idiotita”, “putita”, “morocho” y “supermercado chino”. Tampoco se
permitía cantar los siguientes temas: “Duerme negrito” o “Vamos negrita”, ni
emplear el término “tiene” para referir a una enfermedad, por ejemplo “tiene
hepatitis”, pues se consideraba discriminatoria y de mal gusto. Las charlas
eran, por lo tanto, intensas y en muy pocos casos llegaban al acuerdo. O,
mínimamente, al entendimiento.
El último día era, por lo menos para
muchos, el más esperado. Ahí se realizaba un workshop en el cual, ya sin exposición escrita, se volcaban ideas y
propuestas con el fin de generar incidencias políticas y de cambio estructural.
Un moderador o moderadora coordinaba las intervenciones mientras otro, en
general algún estudiante aplicado, iba apuntando la llamada “minuta” para luego
ser editada y compilada en un libro, CD, o colgada on-line, de acuerdo al
presupuesto recibido. La pregunta disparadora era la siguiente: “¿cómo crear
cánticos o expresiones en el fútbol sin significantes ofensivos bajo una misma
estructura significativa?” Esto es, sin
perder su rasgo originario. Así, frente a los clásicos cantitos:
El que no salta es un judío, el que no salta es un judío….
Se propuso:
El que no salta es una persona que sostiene credos distintos a los míos
pero que lo apreció igual como individuo y ser humano, el que no salta es una
persona que sostiene credos distintos a los míos pero que lo apreció igual como
individuo y ser humano…
O,
¡Hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta…..!
¡Hijo de persona en situación de calle, hijo de persona en situación de
calle, hijo de persona en situación de calle….!
Del mismo modo, ante expresiones
como:
LTA (La Tenés Adentro)
Se propuso:
LTICAR (La Tenés Introducida con
Cuidado, Amor y Respeto).
Al finalizar las Jornadas comenzaban
las reflexiones. Sabían que la tarea propuesta era ambiciosa. Pero también eran
conscientes de que ese material no iba a poder instalarse socialmente sin algún
acompañamiento institucional. Esa era la gran conclusión a la cual habían
arribado. La imperiosa necesidad de fundar un ente u organismo que pusiera en
práctica estos cambios revolucionarios. Aunque eso lo advertían imposible o,
por lo menos, poco probable. En especial luego de escuchar a una persona ajena al
encuentro que, asomada desde horas, susurró sin problemas: “¡hay que ser
pelotudo!”. Y que se fue riendo.
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