jueves, 4 de julio de 2013

Ecce malo homo


Un tiempo antes de convertirme en abogada honoris causa suma cum laude y docente ad honorem, viví una pesadilla sin precedentes en mi statu quo. Para ese entonces, joven, soñadora e ilusa, me enamoraré in situ de un hombre mayor con quien comencé un vínculo que, a posteriori, mutaría en una relación ipso facto escandalosa, macabra y, ceteris paribus, atemorizante. Un corpus de momentos escalofriantes que, a priori, no los habría divisado, me apabullaron grosso modo dejándome con un déficit de palabras que recordaré ad eternum. El primer hecho sucedió un día jueves, de un mes de marzo, de un año bisiesto. Se apareció celoso preguntándome dónde había pasado mi día y, ad hoc, mi tarde. Le dije que trabajando en mi curriculum vitae pero no osó en creerme. Sus ojos estaban desorbitados. Su rictus petrificado. Me pidió una, dos, tres explanans, pero nada le alcanzaba y me obligó a quedarme encerrada en nuestro habitat como condición sine qua non de mi amor por él. Acepté. Pasó un tiempo y, junto a él, el lapsus. Pero ocurrió ibídem., e ídem., y … ¡op. cit! Fue horrible, me tomó fuerte del brazo mientras me gritaba ¡quo vadis! ¡quo vadis! Yo lloraba diciéndole ¡vade retro! No podía hacer nada, tenía un tremendo miedo lato sensu. En el barrio ya era vox pópuli. Máxime que inter nos todo iba en decadencia y él ni siquiera hacía un mea culpa. En su acalorada búsqueda por encontrarme in fraganti, se ponía cada vez más furioso, irascible, rabioso, poseso, frenético, enardecido y etcétera. Ya era el sumun. Pero un día, luego del cogito … ergo sum, todo se iluminó per se. Decidí sacarlo de mi vida. Era de noche, de un día martes, de un mes de marzo, de otro año bisiesto. Por motu proprio tomé un cuchillo y entré en la habitación. Estaba dormido y pensé: veni, vidi, vici … mientras mis ojos festejaban el inminente final. Clavé el arma in péctore una vez y de novo hasta ver la sangre que se desparramaba por las sábanas. Luego de matarlo, lo cociné y me lo comí al susurro de un requiem. Para no generar sospechas, presenté un habeas corpus. Pero nunca apareció el corpus delicti. Era lógico, estaba ab intra. Me hice un alias y comencé con mi alter ego una nueva vida. Con tranquilidad, felicidad y con la enseñanza de saber que errare humanum est…sobre todo en el amore. Sic.

8 comentarios:

  1. Aplaudo que no te hayas quedado en la procrastinatio y obrases, pues lo que importa es res non verba. Después, alea jacta est.
    Y chaupichum.

    ResponderEliminar
  2. Uh! y puesto que el muerto no declara ,pues le hagamos la autopsia al asesino !!! Ave Caesar morituri te salutant y Avete vos

    ResponderEliminar
  3. Efectos secundarios del coitus interruptus...

    ResponderEliminar
  4. Por eso mi teléfono es inteligente. En otro epoca hubiera leído el reverso de un desodorante y hoy me deleito con este genial cuento.
    Gracias

    ResponderEliminar
  5. ojo que el reverso de los desodorantes dicen cosas muy divertidas, eh....gracias!

    ResponderEliminar
  6. Muy bueno, me gusto. Congratulations, para variar!

    ResponderEliminar