domingo, 20 de enero de 2013

Jornadas de Eufemistas


Desde 1985 que este tipo de reunión no se convocaba. Pero, dada la época, el clima cultural y el contexto sociopolítico vigente resultó oportuno intervenir en otro encuentro. Personas de todo el país se congregaban en las II Jornadas de Eufemistas del Hemisferio Sur, Latinoamérica y el Caribe Hispano, realizadas en la ciudad santafecina de Rosario. Si bien los temas eran variados, distribuidos en diversos grupos de trabajo, paneles y conferencias magistrales, la convocatoria giraba alrededor de una problemática específica: “Las expresiones sufrientes y la discriminación percibida en el fútbol”. La presentación de ponencias/papers fue abrumadora. Entre algunos títulos se hallaban: Las palabras no se manchan: climas de no violencia, derechos y ciudadanía en el deporte argentino; Haciendo goles con altruismo: una perspectiva sociológica sobre el caso de la hinchada de Atlanta; Antropología del árbitro: una etnografía sobre el fútbol cinco; Comunicación y sentidos: la semiosis cultural y los dispositivos de posmodernización rizomáticos en el vestuario, entre otros.

Las Jornadas duraban 16 meses y comprendían las mañanas, un break, la media mañana, un almuerzo y la tarde. La larga duración del evento se debía a una cuestión lógica y razonable. Los términos utilizados solían ser estirados, con un uso apabullante de palabras organizadas de un modo eterno y con secuelas a veces un poco confusas. Pedir una tortita negra durante el break era una tarea ardua pues quienes servían el café (claramente no eufemistas) se retiraban antes de que los participantes dijeran el nombre completo de la factura. Algo similar ocurría cuando se organizaban los power points, llamados en la jerga popular como ppt. Luego de que una eufemista, especialista en feminismos y lenguaje, advirtiera que el uso de la categoría ppt era equiparable a la noción de “pete”,  el término fue eliminado de toda situación dialógica. Durante los almuerzos, los eufemistas amenizaban la comida contando anécdotas banales. Si bien, los diálogos dejaban escapar cierta sorna, no se podían pronunciar las siguientes palabras: “mucama”, “peruano”, “boliviano”, “paraguayo” y, en menor medida, “hondureño”, “gordo”, “vieja”, “loquito”, “tontito”, “idiotita”, “putita”,  “morocho” y “supermercado chino”. Tampoco se permitía cantar los siguientes temas: “Duerme negrito” o “Vamos negrita”, ni emplear el término “tiene” para referir a una enfermedad, por ejemplo “tiene hepatitis”, pues se consideraba discriminatoria y de mal gusto. Las charlas eran, por lo tanto, intensas y en muy pocos casos llegaban al acuerdo. O, mínimamente, al entendimiento.

El último día era, por lo menos para muchos, el más esperado. Ahí se realizaba un workshop en el cual, ya sin exposición escrita, se volcaban ideas y propuestas con el fin de generar incidencias políticas y de cambio estructural. Un moderador o moderadora coordinaba las intervenciones mientras otro, en general algún estudiante aplicado, iba apuntando la llamada “minuta” para luego ser editada y compilada en un libro, CD, o colgada on-line, de acuerdo al presupuesto recibido. La pregunta disparadora era la siguiente: “¿cómo crear cánticos o expresiones en el fútbol sin significantes ofensivos bajo una misma estructura significativa?”  Esto es, sin perder su rasgo originario. Así, frente a los clásicos cantitos:

El que no salta es un judío, el que no salta es un judío….

Se propuso:

El que no salta es una persona que sostiene credos distintos a los míos pero que lo apreció igual como individuo y ser humano, el que no salta es una persona que sostiene credos distintos a los míos pero que lo apreció igual como individuo y ser humano…

O,

¡Hijo de puta, hijo de puta, hijo de puta…..!

¡Hijo de persona en situación de calle, hijo de persona en situación de calle, hijo de persona en situación de calle….!

Del mismo modo, ante expresiones como:

LTA (La Tenés Adentro)

Se propuso:

LTICAR (La Tenés Introducida con Cuidado, Amor y Respeto).


Al finalizar las Jornadas comenzaban las reflexiones. Sabían que la tarea propuesta era ambiciosa. Pero también eran conscientes de que ese material no iba a poder instalarse socialmente sin algún acompañamiento institucional. Esa era la gran conclusión a la cual habían arribado. La imperiosa necesidad de fundar un ente u organismo que pusiera en práctica estos cambios revolucionarios. Aunque eso lo advertían imposible o, por lo menos, poco probable. En especial luego de escuchar a una persona ajena al encuentro que, asomada desde horas, susurró sin problemas: “¡hay que ser pelotudo!”. Y que se fue riendo.





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